dominicano dejó de ser un sector en expansión para convertirse en una industria madura, con peso estructural en la economía, reglas estables y una capacidad probada para atraer inversión global.

Ese punto de llegada es el resultado de un cuarto de siglo de transformación, en el que confluyeron expansión hotelera, conectividad aérea, continuidad de políticas públicas y una alianza público-privada que, con tensiones y ajustes, ha sido funcional. El país pasó de vender sol y playa a gran escala a competir por segmentos de mayor valor, sin renunciar al volumen que lo convirtió en líder del Caribe.

Del turismo emergente al sistema consolidado

A principios de siglo, el turismo ya era importante, pero aún no ordenaba la economía nacional. La oferta hotelera rondaba las 45,000–50,000 habitaciones, concentradas en pocos polos, con fuerte dependencia de turoperadores europeos y una conectividad aérea limitada.

Veinticinco años después, el mapa es otro. Hoy el país supera las 85,000 habitaciones hoteleras formales, según datos sectoriales, con Punta Cana–Bávaro concentrando cerca del 60 %, pero con nuevos polos que han ganado protagonismo: Samaná, Miches, la costa Sur y el turismo urbano en Santo Domingo.

Ese crecimiento no fue lineal, pero sí sostenido. Incluso la pandemia —el mayor shock global del sector— terminó funcionando como prueba de estrés superada.

La pandemia como punto de inflexión

El año 2020 paralizó el turismo mundial. En la República Dominicana, el golpe fue inmediato. Hoteles cerrados, vuelos suspendidos, empleo en riesgo. Pero la reacción institucional marcó la diferencia.

La respuesta temprana, los protocolos sanitarios consensuados con el sector privado y una agresiva estrategia de promoción permitieron una recuperación más rápida que la media regional. En ese proceso, el Ministerio de Turismo de la República Dominicana, con David Collado a la cabeza y el presidente Luis Abinader, empujando al unísono con el sector privado, dejó de ser solo una entidad promotora para asumir un rol coordinador y estratégico, alineando decisiones públicas y privadas en un momento crítico.

La señal enviada al mercado fue clara: el país apostaba por el turismo no como coyuntura, sino como prioridad nacional.

La alianza público-privada como columna vertebral

Uno de los factores menos visibles —pero más determinantes— del éxito turístico dominicano ha sido la continuidad de la alianza público-privada. El modelo, basado en consultas y consenso, ha funcionado.

El Estado ha garantizado promoción internacional, incentivos, estabilidad normativa, transparencia cambiaria y acompañamiento institucional. El sector privado ha respondido con inversión sostenida, expansión hotelera y mejora de estándares. Esa relación explica por qué, a lo largo de cinco gobiernos distintos, la política turística no ha sufrido rupturas traumáticas.

La llegada reciente de grandes cadenas norteamericanas de lujo —W, St. Regis, Ritz-Carlton, Four Seasons— es consecuencia directa de un entorno percibido como predecible, algo poco común en economías emergentes.

El aeropuerto que ordenó el destino

Si hay una infraestructura que simboliza esta transición es el Aeropuerto Internacional de Punta Cana (AIPC). Operado bajo un modelo privado, el aeropuerto se convirtió en el principal punto de entrada aérea del país, manejando hoy más del 60 % del tráfico internacional.

Su crecimiento acompañó —y en muchos casos impulsó— el desarrollo hotelero. Más rutas, más frecuencias, más mercados emisores. Punta Cana dejó de depender de hubs regionales y se conectó directamente con decenas de ciudades de Estados Unidos, América Latina, el Caribe, Canadá y Europa.

El AIPC transporta turistas, estructura el modelo turístico, reduce costos logísticos y hace viable la entrada de segmentos de mayor poder adquisitivo. Es un ejemplo concreto de cómo la inversión privada, alineada con una estrategia país, puede tener impacto sistémico.

De contar visitantes a medir valor

Durante años, el éxito turístico se midió casi exclusivamente por volumen. Hoy, sin abandonar esa fortaleza, el enfoque comienza a desplazarse hacia el valor por visitante.

Antes que masividad, las nuevas marcas de lujo buscan experiencias diferenciadas, estadías más largas

gasto promedio más alto. Ese desarrollo obliga a elevar estándares, diversificar la oferta y repensar el modelo tradicional del todo incluido.

Esa apuesta trata de complementar un esquema con otro, superponer capas: turismo masivo, sí; pero también turismo premium, urbano, de naturaleza y de eventos. El país ensaya la buena práctica de destinos que han superado la fase inicial de crecimiento.

Habitaciones, empleo y encadenamientos

El aumento de habitaciones —de menos de 50,000 a más de 85,000— ha tenido un efecto directo en el empleo. El turismo, con aporte al PIB cercano al 15 %, es hoy uno de los principales generadores de trabajo directo e indirecto, impactando transporte, construcción, alimentos, servicios profesionales y comercio.

Frank Rainieri, fundador del Grupo Puntacana, ha advertido que el desafío persiste, y recuerda la necesidad de profundizar los encadenamientos productivos locales y continuar la diversificación de la oferta. Aunque ha habido avances, el debate sobre cuánto del valor generado se queda en la economía nacional sigue abierto. Un turismo consolidado, señala Rainieri, exige ahora mayor integración con la agricultura, la industria local y las economías regionales.

El nuevo mapa turístico

En los últimos cinco años, la política turística ha intentado desconcentrar el crecimiento. Proyectos en Miches, Samaná y la costa Sur apuntan a reducir la presión sobre los polos tradicionales y a distribuir

Los expertos admiten que no es un proceso rápido, pero el simple hecho de que esté en agenda indica un cambio de etapa: el turismo ya no se discute como apuesta, sino como sistema que debe perfeccionarse.

Balance de un cuarto de siglo

El turismo dominicano de hoy es irreconocible frente al de finales de los noventa. Cambió de escala, de complejidad y de ambición. La combinación de inversión privada, promoción estatal, infraestructura aeroportuaria eficiente y continuidad de políticas públicas convirtió al sector en pilar económico y carta de presentación internacional del país.

El reto, a partir de ahora y para los próximos 25 años, no es crecer más —aunque seguirá creciendo—, sino, apunta Rainieri, es crecer mejor: con más valor agregado, mayor sostenibilidad ambiental y una distribución más equitativa de beneficios.