De pianista a director, la evolución artística de José Antonio Molina

El director de la Orquesta Sinfónica Nacional está en plena forma. Artística y personalmente. El maestro José Antonio Molina siente que ha madurado en la forma de entender su arte y que hoy es más libre a la hora de elegir programas y emprender nuevas rutas.

Contribuir al descubrimiento de nuevos talentos y crear la estructura para que los jóvenes músicos puedan labrarse carreras profesionales es hoy uno de sus objetivos.

Acaba de ser unos de los jurados del certamen ProPiano. ¿Cómo valora estas iniciativas?

Creo que es una iniciativa maravillosa. No solamente el ProPiano; yo aplaudo cualquier iniciativa que sirva de herramienta de motivación a la juventud. De hecho, estuvimos nominados al Soberano con Tesoros de la Patria, un evento que venimos de hacer por tercer año. En el primer año lancé dos directores y dos solistas. En el segundo año, dos directores, otros dos solistas nuevos.

Entonces hay talento joven para la música clásica.

¡Sí! Quiere decir que en la juventud hay nivel, por supuesto, pero lo importante es que encuentren un nicho en la Sinfónica. Se encuentran a un director que les abrió la puerta para que hagan su debut con la Sinfónica. Gabriela Gómez, José Miguel Taveras, ahora están Eric Dalmau y José Luis Ureña. En 12 meses, cuatro directores. Creo que el promedio viene siendo como un nuevo director cada cuatro meses.

¿A usted le abrieron las puertas a su tiempo?

No, esto no tiene precedentes. Y le voy a decir una historia que un poquito… triste en un sentido. Cuando yo tenía la edad de esos chicos, yo no pude dirigir en mi país la Sinfónica. Para yo dirigir aquí, tuvieron que invitarme para dirigir en Venezuela porque no me dejaban entrar aquí. Entonces mi familia, sobre todo mis padres, han quedado marcados por eso.

¿No entendían ese freno?

Cuando en una familia hay un incesto, una violación… se queda marcado. Por eso nosotros, mi familia, somos pro juventud a rajatabla. Mi mamá enseña en una escuelita que se llama Santo Domingo Savio, en Herrera, formando jovencitas, poniéndolas a bailar. Y yo… mi bandera es la Sinfónica, que hoy día tiene más juventud que nunca, desde que se fundó en 1941. En parte por eso, porque fui yo víctima de una especie de violación, porque al final tú no le puedes cerrar la puerta a la juventud. Si se la cierras, te tumban la puerta.

¿Nadie pensaba en potenciar el relevo?

Era lo que había. Lo que pasa es que yo he aprendido, y gracias a Dios que así es, que uno esas cosas no las guarda. No hay nada peor que querer vengarse. Yo he aprendido que el mejor remedio para esas cosas es el olvido. El perdón es lo mejor, el olvidoPorque en el momento en que tú sigues pensando en quien te hizo daño, en vengarte, te haces su esclavo. Yo lo que he hecho es coger otras rutas y ahí está parte de mi trabajo.

Ante la orquesta

Un director de orquesta dirige a un grupo de músicos que han soñado con ser solistas…

  • Así es.

No han llegado a solistas, por decirlo de una manera…

Eso es difícil, pero… ¿sabes por qué? Sobre todo porque cada uno renunció incluso a una infancia normal. Esa gente está detrás de un instrumento desde que nacieron, esencialmente. La música exige una consagración, un interés interminable por prepararse. Y ¿por qué no?, se aspira a no ser un músico de fila sino a ser solista, a tener un nombre, una notoriedad. Por eso parte de mi profesión es lidiar con la psicología humana.

¿Cómo se resuelve?

Yo creo que hay algo innato en el director que les convence. O sea, más que resignarse, dicen, ¿por qué no? Esta resignación no viene nunca de decir «bueno, yo soy uno de muchos». No, no es eso… Mi papel es enamorarles para que encuentren encanto en la comunidad, en hacer música juntos. Y yo creo que ese es el gran tema. El director que no logra eso está en problemas…

¿Problemas serios?

Los músicos… Hay cualidades hermosas en los músicos. Yo creo que son niños toda su vida. O por lo menos mantienen al niño más a flor de piel que la mayoría de otros profesionales.

  • Y la pureza de la infancia nos asalta en cualquier momento. Es una profesión muy bella.

Los músicos pueden ser muy críticos de sus propios colegas.

Sí, y del director. A la hora de pararte frente a ellos, hay una lupa mirándote, juzgándote cada momento. Pero, una vez encuentran autoridad, dominio, un artista al servicio de la esencia, del espíritu de la obra que se hace en el momento, se rinden. Y dicen, «vamos arriba, vamos a ver qué traemos».

¿Prefiere dirigir músicos jóvenes o valora más el oficio producto de la experiencia?

Bajo esa perspectiva, es más fácil trabajar con jóvenes que con músicos experimentados, aunque pienso que cada cosa tiene su encanto. Sin embargo, si yo tuviera que tomar una decisión sobre lo que planteas, yo diría que pienso en el joven. De alguna manera, tiene más voluntad, más arrojo para tirarse al agua que el que tiene ya parámetros establecidos. El joven está abierto siempre. De manera que yo respeto y me quito el sombrero ante los profesionales establecidos, pero disfruto muchísimo el hambre por aprender y el reto que se ponen los jóvenes.

Los directores que ha lanzado… ¿dónde dirigen?

José Luis Ureña, que debutó este año, dirige la Orquesta del Conservatorio Nacional. José Miguel Taveras, que debutó el año pasado con la Sinfónica, dirige la Orquesta Hispaniola Philarmonic. Gabriela Gómez dirige el Departamento de Música de Cornell, José Miguel Gómez, un talentazo también. Eric Dalmau es un chico violinista, fabuloso violinista…


Música en movimiento

  • —Ya se ha anunciado un gran espectáculo…Viene un evento muy especial para mi familia. El 31 de mayo presentamos un ballet que ha sido iniciativa de Carlos Veitía, al que agradezco eternamente, que se llama Música en movimiento. Carlos, con cuatro coreógrafos más, armó un ballet tradicional: la orquesta en el foso, yo dirigiendo y el ballet como si estuviéramos haciendo Cascanueces o Giselle con música de mi padre y mía. Sobre todo las obras del papá, que cumple este año 100 años, celebrando su centenario. A mí eso me llena.

La vocación

Hay tanta tradición musical en su familia que imagino que es imposible determinar cuándo decidió usted ser músico. Pero, ¿en qué momento eligió la dirección?

Yo creo que soy músico desde los 3 o 4 años. No ha habido un instante de mi vida en que la música no haya sido una parte esencial de mi formación. En mi casa, todo el que entraba  tocaba un instrumento o bailaba o cantaba. Al punto de que cuando yo chiquitico salía a la calle, pensaba que todo el mundo iba a cantar o iba a tocar un instrumento o bailar. Y después me enteré que habían doctores, ingenieros, abogados, periodistas…

Pero iba para pianista…

Yo salí de mi país queriendo ser el mejor pianista del universo. De hecho, yo empecé imitando todo lo que papi tocaba en la casa. A veces él pensaba que era alguna visita, que «vino un necio» a tocarle su piano y era yo, chiquitico, tocando lo que ya había oído que él había hecho. O sea que di síntomas de talento muy temprano. Y el piano fue mi primer amor.

¿Llegó a actuar?

Sí, de hecho, mi debut con la Sinfónica en 1984, hace ahora 40 años, fue con el concierto de Grieg. Luego toqué Schumann, Beethoven. O sea que la Sinfónica me conoció como pianista primero. Pero todo cambió a raíz de mi recital de graduación en Nueva York. Invité a mi maestro, que me daba una clase llamada Composition for Non-Composers. Cuando me vio me dijo «José Antonio, eres tremendo pianista, me encantó lo que haces. Ahora, déjame decirte, yo te vi haciendo música de cámara en un grupo y para lo que tú naciste es para la dirección«. Y suerte que eso fue así.

¿No hubiera sido mejor pianista que director?

Llegué a tocar mi piano muy decentemente. Y me sentía pleno en términos artísticos. Pero me costaba muchas horas de esfuerzo. Yo no tenía básicamente vida privada. Tenía que practicar 7, 8, 9 horas diarias… Entonces, mi familia, mi entorno… Creo que yo amo a la gente más que a la música misma. Yo necesito compartir con mi esposa, mis nietos, mis amigos, conversar contigo, tomar un café… Y la dirección es para mí un gran placer. Yo cuando salgo al escenario salgo a una fiesta.