Después de cada ducha, Fátima recoge el cabello que se acumula en el desagüe y lo guarda con cuidado. Cuando junta unos cien gramos, los vende clandestinamente a pesar de la prohibición de los dirigentes talibanes de Afganistán.

Por cada cien gramos, esta joven de Kabul gana más de 3 dólares, una modesta cantidad que, sin embargo, puede resultar crucial en un país donde, según la ONU, el 85% de la población vive con menos de un dólar diario.

De hecho, para muchas era uno de los últimos recursos para obtener algo de dinero, después de que los talibanes les prohibieran estudiar en la universidad y les restringieran el acceso al mercado laboral.