RD exporta un promedio de 300 aves «de combate» cada mes. El precio de un gallo va desde 500 hasta 20,000 dólares

Dentro del redondel, las cualidades de virilidad y gallardía que algunos le atribuyen al gallo, quedan prontamente desvanecidas. En el enfrentamiento, que no pasa de 10 minutos, a ambos oponentes se les ve frágil y dar tumbos, intentando ganar una pelea que iniciaron con todo el ímpetu y arrojo que le permite su pequeño cuerpo cubierto de brillante plumaje. 

Al redondel llegan huraños, metidos en una caja transparente que baja de a poco desde la parte alta del coliseo hasta el centro del espacio donde tendrá lugar la pelea. Ahí, a la vista de todos, son pesados para que tanto los apostadores y el juez de la valla puedan comprobar que se trata de una pelea justa (el animal no opina), pues son dos ejemplares de edad y peso similar.

Tras una pequeña provocación con un tercer ejemplar, los gallos se colocan a cada lado, según el color, blanco o azul, de la cinta que llevan en sus patas, y arrancan un duelo a muerte que, si tienen suerte, podrán entablar la pelea y vivir. De lo contrario, uno quedará mal herido, aunque su oponente casi siempre, también queda golpeado y ensangrentado.

Allí, entre el vocerío de los que apuestan a primer o último momento, se da solo un escalafón de un negocio que mueve pasiones, pero también una cantidad de dinero que nadie se atreve siquiera a estimar. Ser gallero en República Dominicana abarca desde la crianza hasta la exportación de ejemplares a precios variados que pueden llegar a los 25,000 dólares.

Hasta 5,000 por una silla

El costo de entrada o silla en una gallera puede ser desde 500 a 5,000 pesos, según la categoría.

El Coliseo Gallístico de Santo Domingo Alberto Bonetti Burgos, a donde el equipo de Diario Libre acudió un miércoles de abril, los precios van desde 4,000 a 5,000 por asiento (dependiendo del alto de la silla respecto al redondel) para una noche en la que pueden darse de 40 a 70 peleas, según explica su presidente Nelson Hernández. 

Los socios del coliseo, un exclusivo club de 204 miembros, no pagan entrada, pues el millón de pesos que le cuesta la inscripción, que no es abierta a todo gallero sino a quienes cumplan los requisitos, los exonera.

Ese miércoles no había tanto público, pues la cartelera se limitaba a peleas de gallos viejos, aquellos con más de una batalla en el redondel o con dos o tres años de edad. En los otros tres de los cuatro días de juego (martes, miércoles, viernes y sábados) el espacio puede llenarse a su capacidad de unas 700 personas.

El Coliseo además es el autorizado para registrar o marcar los pollos que alguna vez llegarán al combate, un servicio que brinda en las trabas de los criadores. Por cada pollito registrado cobra 100 pesos y en un mes pueden marcar hasta 10,000. La cifra es muy variada.

Hernández argumenta que el coliseo tiene sus gastos en mantenimiento, empleados e impuestos. «Tenemos aproximadamente 70 empleados. Se le paga seguro médico, plan de pensión. El coliseo paga 400 mil pesos y algo de energía eléctrica, le da la comida del mediodía a los empleados y a los que trabajan con los socios«.  También hace donaciones a entidades benéficas.

De las apuestas que se hacen a su interno, dice no haber control. «Los gallos se ponen con una posta mínima de 10,000 pesos por gallo (puede llegar hasta 50,000 mil) ante el juez de valla. Pero ‘por fuera’, los jugadores hacen sus apuestas«, comenta.

Billetes por los aires

«¡Vamos!, ¡vamos!», grita agitado uno de los presentes en el coliseo, mientras dos ejemplares se atacan al cuello y el vocerío hace casi imposible entender siquiera al juez de valla que, micrófono en mano, pregonaba constantemente que los gallos aún estaban «combativo».

Con esmero, se podía escuchar decir a alguno de los presentes, todos hombres: «tres mil», «cinco mil», y miraban alrededor, a espera de que alguien aceptara su apuesta. En los tramos del redondel se observaban fajos de dinero de las denominaciones más altas en papel. 

De ahí saca el gallero más cercano algunos billetes que envuelve como cualquier papel de desecho y, terminada la pelea, los tira como pelota hacia el oponente para honrar aquella «palabra de gallero«, que solo ellos pudieron comprender.

La escena se repite casi igual, pelea tras pelea. Mientras, fuera del área, el ambiente celebra la noche. Música en vivo, alcohol y comida servida en largas mesas que reúne a dominicanos y extranjeros, políticos y empresarios que comparten su pasión por los gallos

Desde la época de la Colonia

La historia de los gallos en República Dominicana inicia con la llegada de los españoles a la isla, cerca del año 1500. Las jugadas se remontan en la historia. José Izquierdo, uno de los galleros más conocidos en Santiago de los Caballeros, cuenta que, en la Antigua Roma, en un intento por evitar los combates a muerte entre humanos que se hacían en el Coliseo, un sacerdote promovió las peleas de gallos para evitar la masacre humana. De ahí que el sitio destinado a las peleas de las aves tenga la misma forma redonda del coliseo.

«El juego de pelea de gallos es uno de los principales entretenimientos en la República Dominicana. Llegó a ser tan profundo que partidos políticos llegaron a identificarse con gallos de pelea».  Esa cultura obligó incluso a que, en medio del cierre de establecimientos que ordenó el Gobierno dominicano durante la pandemia del COVID-19, las galleras fueran de las primeras en reabrir sus puertas.

Los galleros dominicanos, como los cubanos, puertorriqueños, colombianos o venezolanos, gozan de una legalidad que no existe en países como Estados Unidos (donde se le considera un delito federal), Brasil, Argentina o Chile. 

La Ley 248-12 de Protección Animal y Tenencia Responsable prohíbe azuzar animales para que peleen o realizar peleas como espectáculo, pero exceptúa las lidias de gallos.

«En cierto aspecto, el gallo es muy afín con el asunto del hombre, porque el que mejor se desempeña es el que merece tener éxito y descendencia«, dice el empresario Edmond Elías hijo, dueño de la Traba Diamante, una de las más conocidas del país.  

De hecho, la jugada de la que participó Diario Libre es parte de un torneo que lleva el nombre de su padre, Edmond Elías, referente entre los galleros

«El juego de pelea de gallos es uno de los principales entretenimientos en la República Dominicana. Llegó a ser tan profundo que partidos políticos llegaron a identificarse con gallos de pelea».  Esa cultura obligó incluso a que, en medio del cierre de establecimientos que ordenó el Gobierno dominicano durante la pandemia del COVID-19, las galleras fueran de las primeras en reabrir sus puertas.

Los galleros dominicanos, como los cubanos, puertorriqueños, colombianos o venezolanos, gozan de una legalidad que no existe en países como Estados Unidos (donde se le considera un delito federal), Brasil, Argentina o Chile. 

La Ley 248-12 de Protección Animal y Tenencia Responsable prohíbe azuzar animales para que peleen o realizar peleas como espectáculo, pero exceptúa las lidias de gallos.

«En cierto aspecto, el gallo es muy afín con el asunto del hombre, porque el que mejor se desempeña es el que merece tener éxito y descendencia«, dice el empresario Edmond Elías hijo, dueño de la Traba Diamante, una de las más conocidas del país.  

De hecho, la jugada de la que participó Diario Libre es parte de un torneo que lleva el nombre de su padre, Edmond Elías, referente entre los galleros