Según la Encuesta Nacional de Hogares de Propósitos Múltiples del 2022, 5,130 personas viven bajo la oscuridad del analfabetismo en República Dominicana

Una persona es considera analfabeta absoluta cuando no tiene conocimiento de lectura y escritura, en un rango de edad correspondiente a 15 años o más, siendo esta una situación que, regularmente, atribuyen al estrato social o las bajas condiciones económicas.
En República Dominicana hay 5,130 personas que viven bajo la oscuridad del analfabetismo, lo que representa el 6.5% de la población, según la Encuesta Nacional de Hogares de Propósitos Múltiples (EnHogar) del 2022.
Más que cifras y números, estas estadísticas hablan de personas, quienes no tuvieron oportunidades o cuyos factores socioeconómicos incidieron en la falta de acceso a la educación, gente que encara la vida a pesar de las limitaciones que esto pueda generar.
Es el caso de Eligia Hilario «La Rubia» y Mártire Zabala Hernández «Nancy», dos mujeres cuyas circunstancias la llevaron a formar parte de estas estadísticas.
Ambas residen en un barrio de Santo Domingo Oeste conocido como El Mercadito de Las Palmas, en Herrera, y además de localización, comparten circunstancias similares, como el hecho de que se dedican a la misma la labor: el trabajo doméstico.
Son madres solteras, cuyo entorno o situación no les impidió sacar a sus hijos adelante y darles «la oportunidad que yo no tuve».
Eligia tiene 62 años, aunque no está segura de su fecha de nacimiento, porque no fue «declarada», su madre le dijo que nació un mes después de la muerte del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo.
Nació en Tamboril, Santiago, y perdió a su madre muy joven. Esto sumado a la ausencia de su padre, la dejó bajo la tutela de su abuelo, cuya condición socioeconómica no le permitió educarse.Llegó a Santo Domingo a los 15 años, y a pesar de que era una niña, su prioridad era conseguir el sustento para el día a día. Los años pasaron y ella conocía su identidad, pero no había un registro de su nacimiento, por lo cual era difícil inscribirla en la escuela. Conoció a su padre tiempo después de llegar a la capital, pero él estaba enfermo, por lo cual no pudo declararla.
Posteriormente formó su familia, cinco hijos de nombre Carlitos, Crucita, Antonio, Genero y Rodolfo, a los que tuvo que declarar su hermana, para que ellos pudieran tener un acta de nacimiento y estudiar, una suerte con la que ella no contó.
«La Rubia» lo intentó, hace poco más de un año ingresó al programa Quisqueya Aprende Contigo (QAC), pero la situación entorno a su falta de documentación le impidieron continuar con este proceso. Ella quería ser doctora, esa era su sueño profesional desde niña, pero aún años después, no ha podido aprender a leer ni a escribir.
Contrario a sus aspiraciones, se desempeña como empleada doméstica, y gracias a esos ingresos pudo abrir un «colmadito» que tiene en la marquesina de su residencia.
Confesó que ser analfabeta la hizo sentir mal consigo misma, a veces inferior: «El que no sabe nada, nada vale. Viven humillando a uno si uno no sabe de letras».
Cuando se le preguntó cómo era vivir con analfabetismo, como era su día a día sin poder realizar la lista de compras o leer los letreros a su alrededor, sin poder disfrutar de un libro o escribir un mensaje de texto, comentó que solía pedir ayuda.
«Ay, cuando no sé una cosa, le pregunto a la vecina o le pregunto a alguien ´¿Cómo dice esto?´. A veces me siento mal porque la misma nieta mía, yo le pregunto algo y me dice que no sabe cómo dice eso, sabiéndolo», expresó.
Añadió: «Claro que mi vida hubiese sido diferente si yo hubiese sabido leer, no viviera aquí (en el barrio), hubiese sido doctora, hubiese salvado muchas vidas».
Otra historia
En contraposición está la historia de Mártire, conocida en la comunidad como «Nancy», quien logró cursar hasta tercer nivel de primaria, por lo que admitió que en términos de lectoescritura se «defiende».
Igual que en el caso de Eligia, influyó mucho su condición socioeconómica. Nancy nació en San Juan de la Maguana, y por las precariedades de esa época, era común que las personas fueran a su casa y les pidieran a sus padres acogerla temporalmente para que les colaborara en los quehaceres del hogar, a cambio le prometían educación y herramientas a las que no podían acceder en sus hogares.
En una de esas ocasiones, la vecina que la acogió se trasladó con ella a Santo Domingo e inició sus estudios, pero su estatus escolar se tornó intermitente.
Nancy manifestó que no le gusta estudiar, dejo la escuela en múltiples ocasiones, porque le parecía difícil, y «no había tantos recursos como ahora». Entonces con 15 años se independizó, priorizó el trabajo y vio a través de este una forma de suplir las necesidades que sus parientes y/o tutores no podían proporcionarle.
